jueves, 25 de febrero de 2010

Fires


How fast can two bodies burn into each other?

Is it a matter of time?

…a matter of combustion?

If not, can they still burn separately?

…or, will heat soon consume them into two piles of ashes?

sábado, 20 de febrero de 2010

Vine


Love grows out of a work of caring and nurturing. Its fertile soil urges to be rained, sunned and trimmed to become, with time, fairly strong.

A great love, though, grows out of nowhere, crawling out of hostile dirt or sand, clinching on without asking for permission. And that, fiercely becomes too strong to ever get trimmed at all.
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Art: Liliana

sábado, 13 de febrero de 2010

Involution

It doesn’t matter how much you evolve, you can always fall back to the beginning.

Celos


“Ser celoso es el colmo del egoísmo, es el amor propio en defecto, es la irritación de una falsa vanidad…”

Eso decía mi papa. Realmente no sé de donde lo sacó pero lo repetía por los pasillos de la casa, cuando sabía que mamá estaba lo suficientemente cerca para oírlo, en especial si la noche anterior se había ido de farra y había regresado al amanecer.

Al día siguiente todos en la casa teníamos que aguantar a mamá arrojando los platos en el fregadero, al gato a través del patio y mi ropa limpia en el suelo de mi cuarto, junto a mi “insoportable desorden,” como ella lo llamaba; cualquier cosa que cayera en sus manos o caminara a menos de medio metro de distancia peligraba. A papá, en cambio, nos lo calábamos diciendo en voz alta frases que sólo eran para ella. “Los celos son una falta de estima por el ser amado,” decía a veces. “El hombre es celoso si ama; la mujer también, aunque no ame,” decía otras. Lo peor no era tener que escucharlo, sino observar como la ira de mama crecía como hierva mala, desmesurada, apoderándose de todo lo que se atravesara en su camino.

“El que no tiene celos no está enamorado,” decía al atardecer. Yo torcía los ojos, y en realidad, nunca entendí cómo sus frases terminaban apaciguando a la bestia furiosa. Al parecer mi hermana sí lo entendía, porque se reía suspicazmente cada vez que a él se le ocurría algo nuevo. Ella sonreía, como dándole pie para que él continuara cantando frases. Yo me alejaba de tanta estupidez.

Pero al final del día, mamá le preparaba la cena a papá, su favorita inclusive; y al ver que la vieja técnica de papá había hecho efecto, mi hermana se sentaba entre ellos, como absorbiendo toda la alegría que ellos inexplicablemente destilaban.

Mientras tanto, el gato y yo, juntitos en un sillón, coincidíamos en lo incoherente que resultaba toda la escena. Como si no supieran que en menos de una semana mamá estaría arrojando los platos en el fregadero y al gato a través del patio, de nuevo.

Papá también decía, y quizás en eso sí tenía razón, que el gato y yo nos entendíamos más de la cuenta.
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Citas: Honoré de Balzac, Inmanuel Kant, Yvon Bunin.

martes, 9 de febrero de 2010

Travesía por el Oro


Odio entrar en política, pero…

Domingo 07 de febrero de 2010: Presidente de Venezuela ordena la expropiación del edificio La Francia.
Lunes 08 de febrero de 2010: Comerciantes y empleados reclaman lo que llaman la expropiación de su libertad.
Martes 09 de febrero de 2010: Desalojan Edificio La Francia.

Sencillo…¿no? Como chasquear los dedos, como desaparecer y aparecer cosas por arte de magia...

Pues con un poco de nostalgia me dediqué a desempolvar mis primeros trabajos universitarios y encontré esta crónica que escribí con un amigo en el 2005. Lo que se llegó a convertir en una travesía caraqueña ahora, al igual que otras cosas, no será más que parte de la historia de nuestro país, de esas cosas que entran en una frase como: “¿Recuerdas ese edificio del centro? ¿Aquel donde vendían pura joyería de oro?”

Travesía por el Oro

“!Se vende el dólar. El euro. Se compra el oro e’ 18 a 80 mil!” fue lo primero que oímos al salir de la estación del Metro de Capitolio. El húmedo clima, los conductores impacientes y la falta de espacio para transitar debido a los buhoneros, caracterizan la “travesía” en que se convierte cada visita al Edificio La Francia cuando se busca una prenda que cumpla con las 3B -bueno, bonito y barato-.

Subiendo por la avenida Norte 4, entre el remodelado Teatro Ayacucho y el antiguo Congreso Nacional, mi compañero de travesía y yo fuimos interceptados por el “promotor” de uno de los tantos locales que, en las afueras de La Francia, se dedican a la compra de oro. Los supuestos compradores parecían estar alineados estratégicamente a la espera de su próxima presa. Irónicamente, fuimos nosotros.
Intercambiamos miradas cautelosas, pero por aquello que definen como curiosidad, nos dejamos llevar. El entusiasmado promotor aseguraba tener los mejores precios a medida que nos conducía hacia el último local en uno de los pasillos cercanos al centro joyero. “Pasa adelante” dijo el encargado mientras abría la puerta corrediza de un pequeño cuarto posterior. “Pero…yo no tengo oro” le repetí constantemente al alejarme de la sospechosa entrada. “Muéstrame la cadena. ¿Quieres ir a un sitio más privado?” insistía el promotor, pero sin mucho preámbulo mi amigo me haló tajante del brazo, hasta separarme de los hambrientos compradores de oro barato.

Finalmente entramos a La Francia, nuestro destino final, ese edificio que ha sido por muchos años el principal proveedor de los anillos de matrimonio, graduación, cadenitas de bautizos y afines de la ciudad capital. Luego de haber pasado por los primeros locales de “joyería”, nos encontramos con una disyuntiva: subir por las estrechas escaleras llenas de clientes apresurados o por los pequeños y antiguos ascensores. Al ver lo lleno que iban los elevadores preferimos hacer un poco de ejercicio y subir a pié hasta el cuarto piso, donde nos dispondríamos a averiguar el precio del oro, comprobar ese mito urbano que dice “mientras más arriba más barato es el oro” ¿y por qué no?, comprar alguna pieza.
Mientras subíamos lento pero “a paso de vencedores”, tal y como citan las vallas del Gobierno que cubren Caracas, detallábamos las joyerías, locales y puesticos de cada piso. El contraste que se observa es impresionante. Puedes encontrar desde un comercio con acabados en madera y grandes vidrieras con luces amarillas que le dan un brillo adicional al oro, como también un pequeño puesto con luces blancas, un mostrador y dos vendedoras.

Al llegar al cuarto piso, entramos al local Joyerías Gady y echamos un vistazo a las vitrinas para comprobar la variedad de la mercancía. No sólo abundaban los anillos y cadenas, sino que encontramos desde pulseras de plástico hasta piezas únicas. Una de las vendedoras se ofreció a atenderme, y a medida que me mostraba sus artículos más vistosos le hice el comentario sobre mi encuentro con los “promotores” afuera del edificio. “¡Esos tipos son unos ladrones! Todo lo que te digan es mentira... te compran la pieza y luego te siguen para quitarte el dinero. Además, te engañan con la calidad de oro. Te compran el oro de 18 como si fuese de 14 quilates”, me dijo Ángela Patiño mientras abría una vitrina para sacar una pulsera.

La situación económica del edificio La Francia – fundado en 1946 y que alberga 90 joyerías- ha desmejorado en los últimos seis años. La clientela y las ventas han disminuido y el precio del oro ha subido considerablemente. A esto se le suman las constantes y molestas inspecciones del Seniat que han cerrado hasta 44 joyerías en el año 2004. Sin embargo, hay quienes se mantienen fieles al centro joyero. Rosalba Carrillo, cliente fijo de Joyerías Gady desde hace más de 25 años, es una de las pocas personas que aún va regularmente a comprar. Para ella es algo común dejar su carro en Unicentro El Marqués, tomar el Metro hasta Capitolio, comprar y regresarse con todas las prendas escondidas en la ropa, evitando llamar la atención. “Es común que la gente venga a comprar para luego revender. Como la Sra. Rosalba son pocas las personas a quienes le hacemos rebajas e incluso le aceptamos dólares”, explicó Ángela.
Dándole las gracias nos retiramos de la tienda y nos dedicamos a comprobar lo que nos había dicho. Continuamos subiendo hasta el noveno piso averiguando precios. Logramos desmentir el mito. Los precios en todo el edificio variaban en un 20%. A decir verdad, el costo oscilaba según la elegancia de la tienda. La Francia era un centro de comercio en toda su expresión. Grandes locales, pequeños establecimientos, créditos, calidad, estafas, oro, fantasía, regateros profesionales, ilusos del mercado; todo estaba ahí, en una sola estructura.

Satisfechos con nuestro descubrimiento y decepcionados por no haber comprado nada nos dirigimos a la salida del edificio.

Nuevamente recorrimos la avenida Norte 4 en dirección a la estación del Metro. Mientras bajamos las escaleras escuchamos como se perdían, entre el ruido citadino, las voces de los “promotores” que gritaban sin descanso: “!Se vende el dólar. El euro. Se compra el oro e’ 18 a 80 mil!".
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Escrito con: Mr.Green

lunes, 8 de febrero de 2010

Catharsis


So many times that my head fogs completely,
For so many hours that my strength dares to untie fantasies,
Long enough to drain my lungs and drown my eyes,
Until my heart swells in thrill or pain.

So many times that it loses all meaning,
And for so many hours that I find it again.


And you…for how long can you listen to a same song?

martes, 2 de febrero de 2010

Charcos


Su pie cayó en otro charco. Este parecía ser aún más hondo que el anterior. Ella arrugó la cara, y se movió con rapidez. Ambos zapatos le pesaban, detestaba que se le mojaran los pies. Se aferró al paraguas y suspiró con obstinación.

Él se rió.

-¿Qué?- Preguntó ella.
-Nada…-respondió, riendo otra vez entre dientes, negando con la cabeza.
-¿Qué?- preguntó ella otra vez, con un hilo de voz mucho más agudo.

Él se limitó a negar con la cabeza, sosteniendo con más firmeza el mango del paraguas que les tocó compartir, paraguas que no podría resultar más inútil en semejante aguacero. Luego de quince eternos minutos, ella estaba tan mojada como si hubiera caminado al descubierto.

Pensar que si él le hubiera hecho algo de caso, y se hubiesen quedado bajo el techo del puesto de revistas mientras pasaba lo peor del aguacero, estarían ahora sólo sutilmente mojados y, con algo de suerte, el frío de la brisa los habría obligado a darse calor mutuamente. Cosa que era totalmente improbable, claro, pero al menos no estarían esquivando pozos y llevando agua de gratis.

Lo miró de reojo. Como siempre llevaba la frente en alto, los ojos concentrados y una expresión en el rostro que caracterizaba su cotidiana seguridad.

No lo soportaba.

No soportaba como se reía de ella sin dar explicaciones; no soportaba como tomaba decisiones, presumiendo que las de él siempre eran las más apropiadas; no soportaba cómo la miraba, o peor, como evadía su miraba; pero de todo, lo que menos soportaba, era ese silencio incómodo que se creaba entre ellos cada vez que estaban solos, silencio que de alguna manera inspiraba él.

-Cuidado…-le murmuró con voz grave. En un breve movimiento él soltó el paraguas, y la sostuvo por la cintura, para elevarla tan sólo unos centímetros, como si no pesará nada, y desviarla del charco lodoso por el que estaba a punto de pasar.

El insignificante gesto disparó una corriente, que nació en su cintura, esparciéndose por todo el cuerpo.

No, nada de lo anterior tenía sentido. Lo que menos soportaba en realidad eran esos corrientazos que llegaban sin avisar, que aumentaban la temperatura de su piel, y aceleraban el ritmo de…todo.

Ella separó los labios, pero no supo que decir, sólo gotas frías se deslizaron por la comisura de su boca.

Lo miró otra vez, seguía callado. ¿Cómo podía caminar sin decir nada? Nunca decía nada, y no decir nada era tan desesperante como los charcos que le tocaba esquivar por su culpa.

Separó los labios otra vez.

-Estos silencios incómodos- preguntó con voz un tanto desafiante -¿son sólo míos?

Él se detuvo en seco. La miró, con ojos tibios. Su respiración seca, lo único que se oía eran las gotas alrededor de los dos. Él frunció el ceño, y repentinamente, a ella la corriente le volvió a atravesar el cuerpo.

Ambos se aferraron al mango del paraguas, como si dependieran de este para controlar la gravedad. Él abrió la boca lentamente, y ella sintió como se le vaciaban los pulmones de aire.

-Es de los dos- respondió él con voz suave y ronca. Después de otro silencio, en el que las gotas retumbaron aún más, él sonrió cálidamente.

Ella frunció el ceño, anonadada. Nunca entendía qué era lo que le causaba tanta gracia. Con un leve movimiento él utilizó su brazo libre para rozarle la cintura y dirigirla hacia adelante. Ella sintió como sus dedos se aferraban a su cadera, tanto como se aferraban ambos al débil paraguas. La corriente volvió a su cuerpo, retumbando en cada una de sus esquinas.

Sin necesidad de oír una palabra más ella sonrió.
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