jueves, 21 de enero de 2010

Duda


Todo quedó en silencio. Su seca respiración latía diminuta dentro de su pecho. Sus músculos se tensaron aún más, había llegado el momento de hacer justicia y todo estaba resultando más fácil de lo que se lo había imaginado. Una incómoda sonrisa se desplazó en sus labios.

Pensó en saborear el momento, pero los ojos del hombre al que había acorralado eran tan vacíos como el mismo silencio. Tragó saliva, áspera y pesada. El ácido sonido que produjo su arma al prepararse le recordó que esto no era uno más de sus sueños, ni una más de sus pesadillas.

Sus dedos, hirviendo en un sudor helado se aferraron aún más al cuello de su víctima. Los papeles se habían invertido. Alguna vez él fue el acorralado, la víctima.

De pronto sintió como su sonrisa se desvanecía silente. ¿El arma se había quedado trabada o eran sus dedos los que se habían congelado en ella?
La sonrisa se trasladó al rostro de la víctima.

Había resultado muy fácil, tanto en sueños como en pesadillas, cumplir con su propia sentencia de justicia. Ahí él era determinante, tajante, su piel no sudaba, el metal del arma no vibraba vacilante contra la cien del hombre que merecía morir.
Un frío sonido estalló de la garganta del acorralado. El ruido desató al victimario, lo asqueó, le dio nauseas. ¿Era ese sonido una risa burlona?

El arma, desafiante, cobró vida en un segundo.
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